Estoy en plena mudanza de casa y, como suele ocurrir, todo se ha vuelto un caos. Supongo que todo quedará rematado para la semana que viene pero, ahora en el ecuador del traslado, uno no está ni en un lado y en otro. Estoy escribiendo esto rodeado de parte de lo que tengo, todo ya embalado. Me he dado cuenta de que, al menos, yo ando más ligero que otros, y me explico. Tener, lo que se dice tener, tengo mis libros, mi ropa, un par de cajas de papeles personales y otro par de ellas con distintos cachivaches.

            Los libros los he ido acumulando a lo largo de mi vida y, si pudiese, me desharía de las tres cuartas partes, o más. La ropa se va gastando. Los papeles, en su mayor parte, son documentos necesarios; alguna excepción hay, con algunos textos guardados por cariño. En cuanto al resto, hay algunas fotos, joyas personales y menudencias varias. Quizá, si me pusiese, podría tirar o regalar el 90% sin mayor problema. Pero no hay prisa.

            Otros cargan con mucho más. En todo caso, viajes ligero o pesado, imagino que todos sentimos la misma sensación extraña en algún momento de la mudanza. Eso de tener la vida en cajas con que titulaba esto. Ver que todo lo que tienes y representas cabe en un número determinado de embalajes. Y no hablo de tener económicamente. Si un accidente lo destruyera todo, quedaría uno, en ciertos sentidos, tan desnudo como un recién nacido. Supongo que eso para algunos sería una bendición. Y para otros la peor de las maldiciones.