Hay un movimiento de semi-abandono de las RRSS al que me sumo. No es que me vaya de ellas, pero las voy a dejar al ralentí. Y me vuelvo sobre todo a algo que he tenido casi abandonado en los últimos años: mi viejo blog de Las islas sin nombre.

Seguiré pasando por las plazas digitales a observar el jaleo y colgar mis enlaces. Pero ya he dejado de creer en su capacidad para generarme capital en el sentido que lo entendía P. Bourdieu. El rendimiento intelectual que saca uno ahí es escaso y, sobre todo, accidental, cuando te topas con algo interesante. Y, desde luego, el diálogo es también bastante residual. Ahí hay bronca y sermones sobre todo, y poco pensar en público.

Hubo un tiempo en que sí, en que las RRSS parecía llamadas a ser las grandes plataformas de pensar de manera colectiva, de pensar en público. Siempre hubo peleas, troles, tontería y mucha mala intención. Pero también uno abría el viejo Twitter, o FB, o cualquier otra red social y conocía gente interesante, intercambiaba ideas aunque fuese en forma de polémica, podía seguir hilos que crecían y derivaban. Un comentario llevaba a otro y conocías matices y lecturas nuevas.

Un resto queda de todo eso. Pero cuando entras en una red social cualquiera, te sumes en una marejada incesante: polémicas recicladas, mofas, escarnios, descalificaciones, propaganda más o menos disfrazada. El material interesante nunca tarda mucho en naufragar ahí. Desaparece bajo el oleaje de las broncas y te deseo buena suerte si te lanzas a buscarlo.

Y luego estuvo la cuestión mercantil. No tengo nada en contra de generar economía, sino más bien lo contrario. Pero, en esta ocasión, sí que el negocio (o más bien ciertos negociantes) han ejercido un factor corruptor muy importante. Conseguir más y más seguidores en una red social tenía como objetivo convertir esos seguidores en ventas. Yo he conocido a más de un escritor novel al que, directamente, le pusieron como condición, en alguna editorial, el conseguir X miles de seguidores en RRSS.

Todo se industrializó. Hay que publicar a ciertas horas, publicar de cierta forma, con ciertas palabras clave. Y muchos se volvieron comediantes de redes, modificando su discurso para agradar a ese público que iba concitando. Y las propias empresas que están detrás de las RRSS entraron a saco en la cuestión de los contenidos.

Porque no nos engañemos, más que hablar con las personas, lo haces con los algoritmos, que son los que deciden hasta qué punto llegas a la gente. Tus textos pasan por filtros que deciden si se les muestra a cien o a cien mil personas. Lo que antes eran conversaciones naturales se han convertido ahora en concursos permanentes de simpatía a la sombra de los algoritmos.

Sumemos a eso la economía del golpe y lo rápido. El sistema premia lo que se capta en segundos, sea un chiste o un exabrupto. Todo lo que exija desarrollo y concentración sale ya, de partida, con desventaja.

Y está la ausencia de memoria, porque en redes casi nada dura más que unas pocas horas. No hay forma de seguir hilos largos sobre un tema, porque ya lo destrozarán los trolls de turno. Todo resbala rápido hacia los fondos del timeline y se pierde.

¿Y todo para qué? Esa deriva desde el pensar en público al escaparate, ¿de qué le ha servido a la mayoría? Pues para nada. Todo ese rollo que les han soltado de que «si tienes miles de seguidores» te vas a forrar es una gran mentira. En ciertos sectores y en determinados casos, es cierto que algunas personas y/o empresas han aumentado sus ventas o incluso de han hecho de oro. Pero, sobre el conjunto, son justo las excepciones que confirman la regla.

A los responsables de determinados departamentos, supongo que les viene de perlas escudarse en las decenas de miles de seguidores o los cientos de miles de likes. Pero eso es chatarra. En muchos casos, esos grandes números no son más que métricas vanidosas (vanity metrics), cifras que por sí mismas no valen nada. No son los miles de seguidores lo que importan, sino la conversión en ganancia que eso supone. Y ahí la mayoría pincha.

Esta deriva ha sido mal negocio para casi todos los usuarios. Que conste que las redes siguen sirviendo para muchas cosas: para informarnos a golpe de titular, saber qué es lo que obsesiona en estos momentos al enjambre, toparte con publicaciones interesantes, publicar tú mismo… pero ¿para aumentar tu capital intelectual? Hace mucho tiempo que ya no.

Así que no es que me largue. Nada de anunciar de manera dramática (como si eso fuera a importarle a alguien) que cierras cuentas, como si eso fuese una retirada heroica. Dejo mis redes al tran-tran para lo que he dicho arriba que me parece que aún son válidas. Las usaré sobre todo como panel de anuncios, como cartelera donde avisar de que he publicado algo, compartir alguna noticia que me parece relevante y, por supuesto, asomarme a ver que se cuece y si pesco algo interesante. No pido más ni haré más.

El trabajo de fondo me lo llevo a casa. A Las islas sin nombre, que fue durante años mi principal plataforma donde escribir lo que me apetecía. Un blog. Uno de esos blog que dábamos por obsoletos, condenados antes o después a una extinción semejante a la de otros artefactos de Internet, que volaron al olvido, como le ocurrió al viejo Messenger.

En Las islas sin nombre dejaba yo piezas sueltas, pensamientos, crónicas, algún cuentecillo muy breve. Con el tiempo, fui dejándolo decaer, como hicieron muchos con los suyos. Y ahora se me ha ocurrido recuperar de verdad ese espacio. Porque a ver cómo lo planteo.

Si me pregunto: ¿Qué debiera ser ahora un blog?

Me respondo: Pues, sobre todo, algo concebido como una plataforma para contenidos que no se ciñan a longitud ni formato. Nada de estar pensando en que tienes que competir con otros miles de estímulos simultáneos.

¿Y qué debiera contener?

Pues, como siempre, mezcla. Ser como un cesto en el que tengan cabida textos sobre cultura y metacultura, sobre política, sobre viajes, sobre historia, sobre IA, sobre lo cotidiano…

Y se acabaron los calendarios fijos. Nada de publicar preferentemente en días concretos y subir los enlaces a horas determinadas, según que red social sea, porque son los momentos óptimos para que más gente los vea.

Es verdad que un blog como este no tiene mucho sentido si nadie lo lee. Pero he acabado con esa tiranía de los días y horas óptimos de publicación. Bien es verdad que nunca me sometí mucho a ella, pero no por libertad de espíritu, sino porque soy bastante desordenado en según que cosas y me cuesta ceñirme a programas como esos.

Se me presenta un problema que supongo que será fácil de resolver. Y tiene que ver con el diálogo y con el pensar en público. Porque tengo los comentarios del blog cerrados, para evitar la inundación de spam. Quizá para recibir interacciones sobre lo que escribo tenga también que seguir en RRSS, al menos armo una solución…

En fin, para resumir: que aquí, en la Red, estaré cada vez menos en redes sociales y más con mi cesto, que es mi viejo blog de Las islas sin nombre.