Empezamos con la sempiterna falsedad: la de que democracia es votar. Que, mientras nos dejen meter papeletas en las urnas, cada cierto tiempo, habremos alcanzado la cúspide de los regímenes civiles. Pero eso no es así. Votar no basta, puesto que no es más que un método, una expresión de los derechos políticos de los ciudadanos, que derivan a su vez de los derechos civiles.

Pero incluso centrándonos en el tema del voto, ¿ha de reducirse este necesariamente a un o un no, o a un nombre o una lista de ellos? Si votar es sinónimo de democracia, es para llevarse las manos a la cabeza. Llevamos décadas votando y nuestra democracia es cada vez más destartalada y menguante, donde elegimos mayorías cuyos idearios y decisiones no reflejan ni de lejos lo que los ciudadanos queremos. Es verdad que esto tiene muchas causas. Pero una de ellas es, desde luego, que no podemos mostrar cuánto nos importa una cuestión. O votas o votas no. O lo tomas o lo dejas. Y de todas formas cargas con las consecuencias de lo que salga.

Vamos a lo pedestre: supongamos que en un vecindario se debate entre crear un parque infantil, ampliar un carril bici o instalar cámaras de seguridad. Sobre tales opciones, habrá opiniones de lo más diversas pero, llegado el momento de decidir, si se deja al criterio de los vecinos, estos se ven reducidos a optar entre tres casillas. Con un voto por cabeza. Pero el interés no es igual para todos. Habrá quien le importen mucho los niños y no tanto las bicis o salir de noche. Pero otro vive con angustia el regresar del trabajo, con la oscuridad, por zonas inseguras.

¿Acaso, además de las preferencias, no se puede medir la intensidad de tales preferencias?

He aquí un gran problema de las democracias actuales: no medimos las intensidades y, como solo cuentan cabezas, ocurre que, a menudo, una mayoría más o menos indiferente se impone a la minoría apasionada. Ocurre en las grandes decisiones y en las votaciones vecinales. Allá donde quiera que tengamos que decidir, el mecanismo es binario y plano. Pero los deseos no son ni una cosa ni otra.

Este empobrecimiento del voto no reconocido es una de las fuentes de muchas de las frustraciones políticas de la ciudadanía. Hay quien vota con entusiasmo y ve triunfar opciones apoyadas por gentes mucho más desidiosas. Los hay que votan sin pasión y sin reflexión, solo porque toda. Y, ¿de verdad debe valer lo mismo?

Por supuesto que hay que votar, pero no más, como dicen algunos, sino votar mejor. Y eso lleva a preguntarse si es posible expresar de manera más ajustadas las preferencias ciudadanas. Es decir: medir no solo el apoyo, sino también el interés. Y es aquí donde entra en juego la idea del Voto Cuadrático.

 

¿Qué es y qué no es el Voto Cuadrático?

También llamado Método Cuadrático, nace de la idea que acabo de plantear: que no todos los votos son iguales en intensidad. Y, a partir de ahí, de la búsqueda como cómo expresar algo así sin pervertir la igualdad de partida entre ciudadanos.

A diferencia del voto tradicional, el cuadrático permite repartir la fuerza del voto según el interés individual de cada votante. Y lo hace con una regla matemática que busca el equilibrio: el coste de los votos se calcula al cuadrado.

Es decir: vota uno vale un punto; votar dos cuesta 4, votar 3 cuesta nueve, y así. El coste del apoyo sube de forma no lineal, lo que obliga a priorizar y elegir.

Una de las versiones más conocidas de este método es la promovida por Glen Weyl y Steven Lalley, y funciona con dinero real. Los participantes compran votos. Pero esto rompe cualquier igualdad de partida, dado el desequilibrio en pecunio que hay entre ciudadanos en nuestras sociedades. Lo que a alguien de pocos recursos le cuesta un sacrificio, para alguien acaudalado puede ser calderilla insignificante.

Una variante más democrática es la de que cada votante reciba una cantidad fija de puntos de voto, pongamos cien, y los reparte según su interés. Así, si apoyas fervientemente una propuesta, podrías asignarle cinco votos, pero eso te costaría 25 puntos, la cuarta parte del total del que dispones. Eso obliga a pensar y decidir, y si no lo haces peor para ti, porque malgastarás tus puntos de manera irreflexiva.

Con este método, al disponer todos del mismo saldo, se mantiene el principio de igualdad de partida.

¿Qué se gana con esto?

De entrada, un mapa emocional del colectivo. En lugar de una lista seca de síes y noes, conocemos qué nivel de entusiasmo genera cada propuesta y, de paso, también dónde están los puntos de consenso o disenso colectivo. Así se jerarquiza y se expone la intensidad del sentir de la ciudadanía.

Esto puede ser muy útil en procesos participativos y deliberativos (por los que yo, personalmente, no tengo ninguna simpatía excepto cuando se aplican a casos muy concretos). Estos procesos suelen ser campos minados, por lo que el voto cuadrático debe usarse con sumo cuidado, porque puede aportar mucho, pero también causar grandes daños.

Pero, de momento, queda la idea de que el voto cuadrático no sustituye a la democracia sino que la afina. No elimina los conflictos, pero sí los hace más visibles. No silencia a nadie, sino que obliga a plantearse qué es lo que de verdad importa más.

¿Cómo funciona?

Venga, vamos con un ejemplo. Imaginemos que somos parte de una comunidad que debe decidir cómo repartir un presupuesto participativo y hay cinco propuestas sobre la mesa.

  1. Ampliar el parque infantil.
  2. Construir una escuela de música.
  3. Instalar cámaras de videovigilancia.
  4. Rehabilitar una biblioteca.
  5. Instalar un frontón.

Por ejemplo:

  • Si das 1 voto a una propuesta, consumes 1 punto.
  • Si das 2 votos, consumes 4 puntos.
  • Si das 5 votos, consumes 25 puntos.
  • Si das 10 votos, consumes 100 puntos. Y ya no puedes votar nada más.

Esto obliga a elegir. Si te importa en grado sumo una opción, puedes gastar los cien puntos en ella. Lo interesante es cuando apoyamos moderadamente varias causas, porque entonces podemos repartir los votos (y por tanto los puntos) entre esas varias.

El sistema obliga a priorizar por convicción, antes que por estrategia o cálculo. No es posible sumar votos sin más, porque cada voto adicional va costando mucho más que los anteriores. Esto castiga la dispersión y premia el compromiso.

Mapa de pasiones, además de opiniones

Los resultados no se leen como en una encuesta, porque no es un recuento de apoyos para cada propuesta, sino una evaluación de cuánta energía ciudadana concentran. Una opción podría ganar si tiene pocos pero ardorosos defensores, o si nadie la rechaza con vehemencia. Obtendríamos así un mapa emocional y político más realista que el simple recuento.

Y eso importa en democracia. Porque el conflicto no siempre está entre opciones opuestas, sino entre minorías entregadas y mayorías tibias. El voto cuadrático puede, en ciertos casos al menos, dar un cauce a esa tensión, de forma que no se impongan las mayorías mecánicas, movidas por la inercia.

Está claro que no es un sistema perfecto ni aplicable de forma universal. Tiene sus límites y no aspira a borrar las fricciones, sino a ponerlas mejor en evidencia.

El caso de Colorado

En 2019, el estado de Colorado (EEUU) se convirtió en el primer organismo legislativo del mundo que probó el voto cuadrático. Se llevó a cabo en la Cámara de Representantes, impulsado por el legislador demócrata Chris Hansen. Eso sí, no se trató de una votación de ley, sino que sirvió para elegir las prioridades legislativas del periodo siguiente.

A cada uno de los 65 representantes se le asignaron 100 tokens que podían distribuir entre 107 propuestas distintas y que se consumirían según la fórmula cuadrática. Así, los legisladores tuvieron que pensar de verdad en qué querían influir. Y quedó de manifiesto qué temas despertaban de verdad un interés transversal, porque hubo legisladores de opciones antagónicas que apoyaron la prioridad de las mismas iniciativas. Como resultado:

  1. Se rompieron los bloques partidistas y algunos temas se vieron apoyados por minorías que habrían sido irrelevantes en una votación convencional.
  2. Se visualizaron las verdaderas prioridades, en lugar de las tácticas.
  3. Se produjo una deliberación más rica, ya que los representantes no solo tuvieron que debatir sobre el qué, sino también sobre cuánto importaba cada cuestión.

El resultado fue lo bastante interesante como para que se replicase en otras experiencias piloto, tanto en empresas, como en organizaciones civiles e incluso alguna ciudad (Gramado, Brasil).

Para concluir

El Voto Cuadrático no es una rareza académica, sino que trata de responder a una necesidad real de expresar, además de lo que queremos, cuánto lo queremos. Y eso:

  1. Democratiza la intensidad. En el sistema actual, la mayoría, tenga o no tenga la razón, tiene siempre el poder. Con el voto cuadrático, las minorías movilizadas pueden hacerse escuchar. Estamos hablando de casos que a la mayoría les importa muy poco y para una minoría es clave. Con el voto cuadrático, esa minoría puede influir sin imponerse ni ser ninguneada.
  2. Obliga a priorizar. Corrige esta mala costumbre de votar sin pensar, por inercia y sin medir las consecuencias.
  3. Reduce el ruido mediático y el postureo. Porque es una barrera contra las campañas masivas, los clics torticeros, los espontáneos en realidad alineados con una opción. Todo esto empuja a votar en tromba, cosa que, con el Voto Cuadrático de por medio, sirve de bastante menos.
  4. Estimula la innovación democrática. Porque este sistema no busca sustituir la democracia sino depurarla y ampliarla. Puede ser útil en:
    1. Consultas ciudadanas con múltiples opciones.
    2. Presupuestos participativos con recursos limitados.
    3. Procesos internos de organizaciones.

Y hay que añadir que puede integrarse en plataformas digitales, con trazabilidad, transparencia y posibilidad de análisis.

Pero casi siempre toda cara tiene su cruz. Y el Voto Cuadrático no es una de las excepciones.

Límites

Hay que saber manejar algo como el Voto Cuadrático, porque tiene filo y ese filo corta. Aplicado sin cuidado, puede ser un remedio peor que la enfermedad. Puede servir para disfrazar decisiones impopulares como procesos participativos. Por eso hay que avisar de que:

  1. No sirve para todo tipo de decisiones. Solo en caso de tener que elegir entre varias opciones. Y no es útil a la hora de elegir cargos unipersonales. Elegir a un cargo público mediante voto cuadrático sería un error, puesto que el mecanismo no discrimina bien entre opciones excluyentes.
  2. Exige una ciudadanía formada. Que es uno de los grandes problemas que tiene en común con todo tipo de democracia deliberativa. Hay que entender el coste progresivo de los votos, lo que impone cierto esfuerzo didáctico. Y, en entornos de participación ya de por sí baja, al introducir una complejidad añadida, implementarlo sin más puede desincentivar y no animar al voto.
  3. Se puede manipular, si no hay transparencia. El método no está blindado contra la manipulación blanda: grupos que se concierten para repartir sus puntos de determinada forma, plataformas que maquillen la interfaz para favorecer determinadas opciones o procesos mal auditados. Por eso, la transparencia y la trazabilidad son claves.
  4. Riesgos de burbuja y captura emocional. El sistema se centra en la intensidad y eso puede ser un arma de doble filo. Porque, ¿qué pasa si esa intensidad está alimentada por bulos, campañas sesgadas o manipulación emocional? Como toda herramienta democrática, el Voto Cuadrático necesita protección frente a la toxicidad.

¿Dónde podría aplicarse?

Que el Voto Cuadrático no sirva para todo es parte de su valor. Hay que saber cuándo y dónde aplicarlo.

  1. Procesos participativos. A la hora de repartir fondos limitados entre diversas propuestas, el Voto Cuadrático permite saber con mayor certeza las prioridades de la ciudadanía, más allá de los apoyos superficiales.
  2. Procesos deliberativos complejos, tales como asambleas ciudadanas o consultas sectoriales con múltiples propuestas. Aquí es útil para filtrar prioridades reales, frente a la suma plana.
  3. Debates internos de partidos y asociaciones diversas. Sirve y mucho a la hora de fijar líneas estratégicas, priorizar objetivos o definir ejes de trabajo. El Voto Cuadrático puede romper inercias de poder, permitiendo a las bases expresar intensidad sin romper la unidad, al tiempo que reduce el impacto de las minorías tácticas organizadas.
  4. Plataformas digitales de participación. Cuando hay que votar múltiples propuestas, pues es un freno al clic compulsivo, al obligar a pensar.
  5. Proyectos culturales, artísticos, vecinales y más. Porque ayuda a tomar decisiones, a fijar prioridades sin destruir consensos y sin que gane por defecto la propuesta más populista.

 

¿Y dónde no?

  1. En elecciones generales, regionales o autonómicas, porque el Voto Cuadrático no está pensado para elegir cargos. Una democracia representativa necesita mecanismos simples y comprensibles y este método distorsionaría la competencia entre los distintos candidatos.
  2. Referéndums binarios de sí o no. No tiene mucho sentido cuando no hay más que dos opciones y se plantea como una aceptación o rechazo, aunque podría haber matices si se plantea el medir cuánta intensidad tiene esa aceptación o rechazo. Pero, mientras no se refinen bien los métodos, conviene evitar fórmulas que puedas ser antidemocráticas por generar inequidades.
  3. Votaciones legislativas con efectos vinculantes. Mejor dejamos el Voto Cuadrático en el campo de lo consultivo, deliberativo y programático. Porque, si una decisión requiere seguridad jurídica, es bueno apoyarse en mecanismo estables y de efectos bien conocidos.
  4. Procesos con baja participación y/o formación de los votantes. Ya se ha comentado. Aplicar este método en lugares en los que no se ha explicado bien, puede generar más desigualdad. Antes de la implantación, es necesario ejercer pedagogía al respecto.

En resumen

El Voto Cuadrático tiene poca o nula aplicación en la democracia representativa, pero puede enriquecer de manera notable la participativa y, sobre todo, los procesos consultivos. Porque puede dotar de matices y profundidad a decisiones que hoy se toman en blanco y negro.

A día de hoy, nos faltan herramientas que nos permitan distinguir qué nos importa de verdad, como conjunto ciudadano, de lo que solo apoyamos por inercia. Así que el Voto Cuadrático es una de las respuestas posibles a este problema estructura. Porque su virtud reside en permitir que los votantes vayan más allá del sí o el no, para expresar además cuánto les importa tal opción. En tiempos de incendiarios mediáticos, toxicidad en redes y polarización inducida, esto es oxígeno democrático.

Pero el Voto Cuadrático es una solución mágica. Tampoco universal. Son sirve para todo, no puede reemplazar la representación política ni arreglar por sí mismo el deterioro institucional. A eso, sumemos que, si se aplica mal, puede todavía aumentar los daños en unos sistemas ya de por sí muy deteriorados.

Como todo, hay que aplicarlo con cabeza. Experimentar con prudencia, sobre diseños honrados, transparentes y que vayan acompañados de pedagogía. Bien aplicado, hará que el voto sobre determinadas cuestiones deje de ser un acto plano. El instrumento capaz de hacer que cada uno de esos votos valga por lo que de verdad significa y no como una simple unidad de cuenta.

Algunas referencias:

Georgescu, L., Fox, J., Gautier, A., & Wooldridge, M. (2024). Fixed‑budget and multiple‑issue quadratic voting [Preprint]. arXiv. https://arxiv.org/abs/2409.06614

Lalley, S. P., & Weyl, E. G. (2018). Quadratic voting: How mechanism design can radicalize democracy. AEA Papers and Proceedings, 108, 33–37. https://doi.org/10.1257/pandp.20181002

Peter da Silva, R., & Dutz, G. R. A. (2023). Voto quadrático como ferramenta de modernização democrática: A experiência de Gramado. Estudos Eleitorais, 19(1).

RadicalxChange Foundation. (2020). Quadratic voting in practice: Colorado State House experiment. https://www.radicalxchange.org/wiki/colorado-qv/

Weyl, E. G. (2017). The robustness of quadratic voting. Public Choice, 172(1), 75–107. https://doi.org/10.1007/s11127-017-0405-4

Xiang, H. (2021). Experimentally testing quadratic voting and plurality voting in a setting with multiple alternatives (SSRN Working Paper). https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=3991167