Hace algún tiempo, uno de mis sobrinos tuvo la ocurrencia de reunir todo el dinero que le habían regalado por su cumpleaños (una suma bastante considerable para un chaval de doce años) y guardarlo en forma de billetes grandes dentro de un libro gordo. Aguantó en los meses sucesivos la tentación de sacar el dinero, cambiarlo a moneda menuda y gastarlo en chucherías.

El caso es que, cuando quiso por fin emplear el dinero, descubrió desolado que no estaba ahí donde creía. No es que nadie se lo hubiese quitado, sino que la memoria le gastó una de esas trastadas que a veces se guarda, y tenía un falso recuerdo del libro que contenía entre las hojas sus billetes.

Hasta el día de hoy, no ha logrado encontrar el dinero, por más que ha ojeado y hojeado entre los libros. Yo no sé si la cosa tendrá alguna moraleja, algún colofón o apostilla a la fábula de la cigarra y la hormiga, aunque lo dudo. Es un ejemplo más de cómo nos la puede jugar nuestra memoria.