Días atrás una buena amiga mía, directora de colegio, tuvo que lidiar con las suspicacias e incluso la beligerancia de ciertos padres contra que se celebrase en las dependencias escolares una fiesta de Halloween. Las razones que esgrimían tales padres contra la fiesta era que se trata de una celebración «anticatólica», «anticristiana», «ajena» e incluso «satánica». Y como prueba irrefutable de ello enarbolaban la información ofrecida por un puñado de páginas webs a las que se llega con solo poner ciertas palabras clave en Google.

Acabáramos.

Porque no se trata de un caso aislado, no. Acusaciones de tal tipo han corrido en los últimos años. Y cada vez que se aproxima el 31 de octubre rebrotan como setas bajo la lluvia. Inundan la red y este año en especial han invadido también con cierta virulencia las redes sociales. Ignoro dónde nacieron estas falacias. Pero desde luego que han demostrado ser unos memes de lo más eficaces.

Memes que son memeces, no puedo evitar añadir. A los integristas de vía estrecha, made in Spain, que vociferan contra la ajenidad y lo anticristiano de la fiesta de Halloween les han colado no un gol, sino un siete cero.

Porque vamos a ver. De entrada Halloween deriva de All hallow´s eve, que en inglés no significa otra cosa que Víspera de los todos los Santos. Sí. Eso. Víspera de todos los Santos. Ni más ni menos que como se dice en español. Eso es lo que se celebra, dado que es una festividad muy arraigada entre cristianos de diferentes ramas y distintas latitudes.

Otra cosa es que Todos los Santos y Vísperas de Difuntos sean herederas de fiestas paganas más antiguas. Pero eso mismo les ocurre a muchas festividades cristianas.

El 1 de Noviembre, si echan la cuenta, se sitúa a medio camino entre el Equinocio de Otoño y el Solsticio de Invierno. Está ligada a un fin de periodo de cosechas. Marca el final de un ciclo agrario y, por tanto, el comienzo de la siguiente vuelta del ciclo. En ese sentido está vinculado a ritos relacionados con la muerte y el renacer.

Muerte y renacer que han tenido reflejos diversos, según la cultura. En España estas fechas eran más solemnes, más recogidas. Por ejemplo, entre nosotros es costumbre secular acudir a los cementerios, a honrar a los que allí descansan. En mi familia materna, por seguir por los ejemplos, ha sido tradición encender –en las madrugadas del 1 al 2 de Noviembre- lamparillas para que luzcan toda la noche en honor de los parientes muertos.

En algunos países del norte de Europa –o tal vez luego en EEUU, no lo sé con certeza- la festividad tomó un carácter más lúdico y liviano. Ya saben, todo eso de las calabazas con velas dentro, disfraces de brujas, fiestorros horteras y pandas de críos buscando aguinaldo. En fin. Que la parafernalia sea un poco a lo familia Adams en chocarrero no implica que todo el tinglado sea una astuta tapadera de ritos satánicos. Pero bien que les ha servido y sirve a algunos para agitar las aguas.

Lo interesante es que todo esto es buen reflejo de cómo funciona la información en estas primeras décadas del siglo XXI. Hay no solo gran facilidad de acceso a la información. También la hay, enorme, para generarla y difundirla, tanto si es contrastada como si pertenece al campo del rumor y la falacia. Pero no es ese el problema.

Se pregunta uno si lo que ocurre es que no hemos asimilado todavía el cambio. Seguimos anclados en una época en la que los medios de información eran más o menos, pero siempre contados. Tendemos por reflejo a asumir como más o menos cierto lo que nos presentan como información. Y no debiéramos, porque las cosas han cambiado. Todo ha cambiado. Todo excepto nosotros. Y por ahí –en lo particular y en lo colectivo- nos las cuelan bien coladas.

Y los que lo hacen a sabiendas, esos, esos sí que son de verdad los malos.