Un interesante sub-subgénero del periodismo lo forman esos artículos en los que se habla de las miserias de los escritores: que si este era un borracho, aquel un usurero, el de más allá, en cuanto había hembra cerca, tenía dedos tan largos que haría las envidias de Eduardo Manostijeras… Muchas menos veces se habla de que tal escritor es o era un caballero, o una dama, este era puntual, aquel era de paciencia infinita, etc. En general, se suele hablar bien de un escritor cuando muere o cuando se le entrevista.

[Inciso: Sería de traca una entrevista que comenzase: Este escritor es un impresentable, de tan mísero temperamento como abominable verbo, pero con las agarraderas precisas como para seguir publicando y pillando premios. Sin embargo, como es un tío salado, aquí le entrevistamos…]

Bueno, en justa compensación por todo eso, los escritores, a nuestra vez, pocas veces cuando nos juntamos hablamos bien de los periodistas. Cuando sale el tema, la reunión se convierte en una jeremiada de agravios: que si este subnormal no sabía de qué iba la novela, que si ese desgraciado iba a lucirse a mi costa. Pocas veces recordamos cómo tal nos entrevistó tras haberse leído bien a fondo el libro, o cuala nos trató en su programa de radio como si fuéramos Cervantes redivivo.

En fin. Es cierto que hay muchos entrevistadores que dejan mucho que desear, más o menos como en todas las profesiones. Pero, con la llegada de los nuevos canales de comunicación, la cosa se ha multiplicado. Blogs, webs, podcasts, youtube, páginas de FB… una multitud de nuevos comunicadores interaccionan con público y autores. Y, lo mismo que ocurre con la prensa tradicional, los hay de trato exquisito y que se preparan a fondo los temas, y los hay que no tanto, o nada.

Con uno de esos últimos, hoy mismo he vivido uno de los episodios más delirantes de mi vida de escritor. Tanto que no puedo resistirme a contarlo.

Sobre las doce del mediodía, ha entrado un mensaje por whatssap, vía FB. Alguien decía tener un «programa de radio por youtube» y estar interesado en entrevistarme. OK. Le he dado mi número y le he invitado a llamarme cuando quisiera. En el interín, he tenido tiempo de indagar sobre el personaje y el programa en San Google. Y, al rato, me ha llamado por whatsapp. La conversación ha sido más o menos así.

—Que te he escrito hace un rato.

—Oye, te oigo bastante mal por la llamada de whatssap.

—Pues qué raro, yo te oigo bien.

—Ya, pero yo no. ¿Y si me llamas por móvil normal?

—Que yo te llamaba porque he visto que tienes un libro sobre Egipto, ¿no?

—Tengo un par. ¿De cuál estás hablando?

—Pues no sé. ¿Cuál es el último?

En ese momento, mi Cerebro Reptiliano, que hasta ese momento reposaba de domingo como largarto al sol, abrió un ojo vigilante.

—A ver, los dos los escribí hace tiempo.

—Entonces, ¿no es el último? Es que lo he visto en Internet y por eso te he llamado, porque yo tengo un programa de rollos de Egipto. Era para entrevistarte. Pero, ¿cuál es tu último libro?

—Se podría decir que la nueva edición de Godos de Hispania, con Edaf.

—Ahhh. ¿Y en qué editorial ha salido?

—Pues en Edaf.

—Sí. Pero Edaf, ¿de qué editorial es?

—Pues de Edaf.

—¿Y es una editorial?

—Pues desde hace unos cuantos años, hombre.

—Ah, no sé, es que yo conozco Planeta, RBA… ¿Y va de Egipto?

Ya el Cerebro Reptiliano abrió los dos ojos, comenzó a menear la cola y a meter y sacar la lengua bífida.

—No, hombre. Va de visigodos.

—Bueno, da igual. Podemos entrevistarte en octubre, porque yo tengo una radio en youtube.

—Vale, pero mejor te paso a la jefa de prensa de Edaf, que gestiona la agenda de entrevistas.

—Porque Edaf es la editorial, ¿no?

—Eso es.

—Y tú, ¿cómo te llamas? Es que he visto lo del libro de Egipto en Internet y luego se ha borrado la página. León algo, ¿no?

Ese fue el instante en el que el Cerebro Reptiliano se hizo cargo del mando. Pero solo un momento porque, las Capas Superiores del cerebro, las más civilizadas y socializadas, tras décadas de ser derrotadas por el Cerebro Reptiliano en situaciones así, han acabado por desarrollar estrategias que les permiten apoderarse de la dirección. Así que le dije con calma.

—Oye, mira, creo que lo mejor es que esta conversación acabe aquí.

—¿Cómo? Pero es que yo… tengo un programa…

—Mira tío, si contactas con alguien en domingo, para hablar de su trabajo, lo menos que puedes hacer, antes, es informarte un poco sobre él y su obra.

—Pero…

—Venga, adiós.

Y se acabó. Yo mismo me sorprendí de la tranquilidad con la que reaccioné. Y después no le di importancia, quizá porque estaba cocinando. Estas cosas me cabreaban antes, ya no. O, por lo menos, hoy no ocurrió. El caso es que, más tarde, si que me ha venido a la cabeza.

Os acordáis de aquellos dibujos animados donde, sobre los hombros de personaje, aparecía el ángel con túnica blanca en un lado y el demonio rojo en el otro y le comían la oreja tratando de llevarle a su campo. Pues un poco me pasó a mí. Aunque, como soy ateo, en vez de ángel y demonio, podríamos decir que fue una pugna entre el León Blanco y el León Colorado.

León Blanco.— A lo mejor nos hemos pasado.

León Colorado.— Qué coño nos hemos pasado. Lo has hecho muy bien. Ni siquiera puede escudarse en que has sido agresivo o insultón.

León Blanco.— Yo hablo de si la respuesta ha sido proporcionada.

León Colorado.— Totalmente proporcionada. No se puede ir por la vida así. Además, ¿no te has fijado en cómo hablaba? Para mí que este se había pasado con los vermuts.

León Blanco.— Razón de más para ser un poco compasivo.

León Rojo.— Mis narices. No se puede consentir que nadie te entre así. Si no por ti, por la profesión en general. No debemos tolerar que nos traten así y demasiadas veces ya todos hemos tragado cuando teníamos que haber mandado a tomar por culo al imbécil de guardia.

Y es verdad. La norma dice que has de tratar por igual al humilde que al fuerte. Al que tiene una web poco visitada que al de un medio grande. Ya decía el sabio que

Solo un necio

Confunde valor con precio.

Estas actitudes no se pueden permitir. Ni con el que tiene un canal aficionado, ni con el tipo de un medio grande que te llama y te dice: hábleme de su libro. Por respeto a nosotros y por respeto a los medios, en sentido general. Porque, si tratamos igual al que se lo ha trabajado (o al que te llama y te dice «lo siento, somos tres en la sección y no he podido leerme tu libro» y tú le dices «gracias por la sinceridad, no te preocupes, entiendo que estáis petados, vamos a ver cómo lo apañamos») que al inútil, el vago y el insolente… ¿estamos siendo justos con los entrevistadores? Yo creo que no.

 

P.D. Omito nombres propios, pese a que el comportamiento de ese tipo —por más que el tono de esta entrada sea ligero— ha sido de lo más zafio e insultante. Pero para que yo humille a alguien en público, ese alguien tiene que ser un malvado probado, no un torpe. Y, además, procuro hacerlo en persona, no en Red, que es de cobardes, excepto que se den ciertas circunstancias.

Hay otro elemento que siempre, en estos casos, pesa en mi ánimo. Todos, por ser más jóvenes, inexpertos, estar en mala época o lo que fuera, hemos hecho el gamba repetidas veces. Y, por ello, hemos pagado el precio social o profesional o personal que tocaba. Y también hemos sacado experiencia valiosa para el futuro.

Pero, ahora, siempre hay algún mísero presto a colgar el video o los datos en Red, de forma que tal precio es, a menudo, oneroso en exceso. Yo no juego a eso. Convengo con el maestro Cipolla en que un estúpido es más peligroso que un malvado. Pero bueno, no pasa nada por darles una oportunidad.