Anoche recalé en un restaurante llamado Clásica y Moderna, donde José Sacristán realizó un monólogo o lecturas de textos de Fernando Fernán Gómez. Yo había reservado un sitio en barra y, durante la inevitable demora del comienzo, común en estos actos, estuve charlando con mi vecina de taburete, una mujer de obvia cultura. Fue una conversación agradable y, en la casi hora que se dilato la espera, hablamos un poco sobre libros, un poco sobre teatro (soy un inculto en tal cuestión, lo admito), un poco sobre la vida cultural que tiene Buenos Aires, a pesar de todas las vicisitudes que ha vivido, y vive, la Argentina. Después comenzó la representación y, como es lógico, callamos para escuchar la voz poderosa de Sacristán y los tangos que se intercalaron entre las lecturas.

Esta entrada es porque no dejo de pensar que aquí, en un encuentro casual, es más fácil trabarse en conversación al paso sobre temas culturales que en Madrid (sobre política y para maldecir al gobierno es igual, más o menos). Esa es mi impresión, o será que a lo mejor por acá me muevo por lugares distintos. Pero no creo. Me parece que los españoles tenemos alzado un muro más sólido en ciertos temas, de forma que no los exponemos con tanta facilidad, no sé por qué absurdo motivo. Que para las conversaciones de pasada nos limitamos a los tópicos de tiempo, política con cautela, fútbol y cosas así, que no está mal, pero que no debiera ser lo único.

En fin, que ese es otro de los motivos por los que me agrada tanto Buenos Aires.