Anoche quedamos a tomar una copa. No pasas buena época, se acumulan los problemas y las incertidumbres, y me hablabas de todo ello, entre vasos y pitillos. Mientras me lo contabas, me fijé en cómo se te formaban un par de arrugas en la frente. No dije ni palabra al respecto, porque soy así de imbécil; pero, mirándolas, me parecieron muy hermosas. Me sorprendió a mi mismo que así fuese, pero juro que es como lo cuento. Tal vez lo que ocurre es que es necesario que el tiempo le haga rodar un poco a uno, para que pueda apreciar ciertos detalles.