He vuelto ahora mismo a casa y resulta que está nevando. Son la una y algo de la madrugada y me he detenido un momento, a mirar cómo, contra las farolas anaranjadas, caen los copos blancos. Son pequeños, caen con mansedumbre y resultan encantadores en estas fiestas. Cuajará o no cuajará, depende. Pero a mí me han dado una alegría, puede que un poco melancólica, pero una alegría.

            En la calle sólo estábamos un borracho, que casi no se tenía, un gato gordo a rayas, que ha cruzado cansino la calle, aprovechando la ausencia de coches, y yo, que quizá estaba embobando mirando la nevada.

            Ahora levanto la persiana. Sigue nevando. Me gustaría que mañana hubiese un manto blanco. No tardaremos en saberlo.