Pocas cosas hay tan traidoras como la memoria. Se reajusta, varía y muta según pasa el tiempo. ¿Cuántas veces habremos tenido discusiones con alguien porque el recuerdo que esa persona tenía de un suceso difería de forma radical del que teníamos nosotros? Esa alteración de las memorias puede que sea un mecanismo de adaptación y tenga sus ventajas, no me cabe duda, pero a veces resulta un poco inquietante. En ocasiones puede caberle a uno la sospecha de que su existencia está edificada encima de arena, sobre recuerdos que sólo en parte son reales.
Gore Vidal, en el comienzo de su novela Mesías, tiene un párrafo muy jugoso al respecto de la memoria, que dice así:
«Envidio a esos cronistas que afirman con despreocupada pero sincera desenvoltura: «Yo estuve. Vi lo que ocurría. Fue así». Yo también estuve, en todos los sentidos de la palabra, mas no me creo capaz de describir con alguna exactitud los diversos acontecimientos de mi propia vida, aunque aún los recuerde de un modo intensamente vívido… Quizá sólo sea porque creo que todos somos traicionados por esos ojos de la memoria, tan mudables y particulares como aquellos con los que miramos el mundo material, pues la visión va variando, como suele ocurrir, desde los primeros a los últimos momentos de la vida».
Mejor glosado, imposible.
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