Mucho discutir sobre leyes de la escritura. Sobre si sirven o no. Sobre si son básicas o si matan la creatividad. Sobre si son universales o simple elección del escritor de turno.

Pero lo cierto es que tanto centrarse en esas leyes para escribir y siempre se olvidan de las reglas para controlar la calidad de lo que estamos escribiendo. Reglas en sentido estricto. Varas de medir.

La regla más valiosa que jamás he escuchado es esa tan antigua de que en una narración «lo que no suma, resta». Lo que no suma, resta.

Esta sí que es una regla de aplicación universal. Vale desde para vocablos hasta para las grandes unidades que componen una narración. Y es más que fácil de aplicar.

Por ejemplo, esta regla es muy fácil de aplicar a dos elementos tan sensibles como son los adjetivos y las digresiones narrativas (ya que hablamos de que se aplican a vocablos, recursos, unidades dentro de la narración).

Ya se sabe que con los adjetivos ocurre algo peculiar. No siempre sumar adjetivos ayuda a crear en el lector una imagen más clara de lo que tratamos de mostrarle. Al contrario, demasiado adjetivos diluyen o embrollan. Los adjetivos son como las especias. En su justa medida dan sazón. Si te pasas arruinas el plato. Si le aplicas la regla y te preguntas: este adjetivo ¿suma? Si no es así, resta. Y si resta, fuera.

Con las digresiones, tres cuartos de lo mismo. ¿Suma esta digresión algo a la narración? ¿Sí? Pues adelante. ¿No? Pues fuera. Claro está que no todos los autores buscan lo mismo al escribir. Que a unos les preocupa más el estilo, a otros la atmósfera, a unos terceros la propia historia… Pero incluso ahí se puede aplicar, dentro de los parámetros que uno mismo se fija.

Ocurre también con las escenas. No existe eso que dicen de escenas que nada aportan. Si no aportan nada, restan interés. Y eso es catastrófico en literatura. En el cine, como estás sentado en la sala, si llega una de esas escenas y luego remonta, no pasa nada. Todo lo más que dirás que la película es de esas «buena con algún bache». Pero una escena que no aporta nada puede causar que el lector cierre el libro y no lo retome nunca. Así que resta. Vaya que sí resta.

Igual con las tramas. ¿Cuántos libros hemos visto arruinados porque ciertas tramas secundarias eran pura paja, relleno? Más nos vale usar con firmeza con todo esto la regla de lo que no suma, resta.

Usarla con las longitudes, los tiempos. También con los finales. Hay que saber acabar. Conocer cuándo seguir hablando no suma sino que resta. Como ahora. Hay que saber poner:

FIN