La realidad no existe sino como una foto fija de un momento y un lugar concreto. Cuando miramos esa foto, el momento ha pasado y el lugar, en cierto modo, es incluso otro. Igual ocurre con nuestra sociedad: cambia de continuo a nuestro alrededor y el presente nos atropella de tal forma que, cuando lo hemos asimilado, ya es pasado.

            Y ese preámbulo a santo de que el sábado pasado, por azar, coincidí con un amigo y me llevó a tomar una copa a un garito curioso. Curioso porque es un local antiguo, de los de muchos años, recientemente reconvertido a discoteca paraguaya; es decir, que la gente que acude ahí es predominantemente de esa nacionalidad, que es de las que más está creciendo en Madrid, en los últimos tiempos.

            Tomando allí una copa y oyendo su música, me dio por pensar en cuántos locales así habrá, creados por y para emigrantes de una zona en particular, que funcionan, que están a tope, y de los que los indígenas no hemos oído hablar ni tenemos siquiera idea de que eso existe. No existían hace cinco años, al menos en esa profusión y diversidad, y lo lógico es que, con el paso del tiempo, acaben desapareciendo, según se vayan fundiendo esos emigrantes con la población anterior.

            Casi podíamos decir que son una versión postmoderna de las viejas casas regionales o nacionales, y supongo, como he dicho, que tendrán una vida más efímera… aunque eso, la cualidad de muy pasajero, también es una constante en casi todo lo que alumbran nuestros tiempos actuales.