… y algunos se regocijan y otros se lo toman a broma. Los hay que quitan hierro al asunto con un «bueno, ya sabes, es una gamberrada, una frikada, no es para tanto, ya lo arreglarán». Incluso nos encontramos con el aún mejor: «se lo estaba buscando, estaba pisando unos cuantos callos».

Reacciones así son todas muestrario de la falta de formación de parte de la población española. De la actitud entre encanallada y pueril hacia las vulneraciones de derechos y la comisión de infracciones, o delitos, en la Red.

Tumbar la web de alguien, lo mismo que divulgar sus datos, es  heredero online de aquello de quemarle el coche o destrozarle la luna del negocio. El objetivo es dañar y amedrentar, y de paso advertir a todos aquellos que pudieran tener la osadía de oponerse a los que cometen tales actos.

A muchos todavía no les entra en la cabeza que la Red existe de verdad, por muy intangible que sea. Que estos desmanes causan daños económicos y morales a sus víctimas.

Peor es aún que haya quienes justifican, disculpan y hasta defienden todo este borroqueo online.

Es pésimo que haya ciberpredicadores que pretenden convertir la Red en una especie de far west en el que no ha de imperar la ley sino la «palabra sagrada» que ellos imparten. Eso nos lleva a este salvaje oeste online. Asaltos, linchamientos, matonería. Se pavonean los salteadores, los tahures y los cuatreros. Y los escarnecidos son aquellos que tratan de defender su propiedad intelectual o se pronuncian en público contras los nuevos mesías. Todos estos osados se arriesgan a tener que verse las caras con los  ciberpistoleros.

Cuando no impera la ley, no hay más libertad sino menos. Los que están en posición de fuerza pisan a los que pueden menos, y a los que opinan de forma distinta o simplemente les caen mal, les cierran la boca a golpes.

Aquí lo estamos viendo.