De los demás no puedo hablar. En cuanto a mí, los comienzos de una novela nueva son siempre desesperantes. No importa lo fuerte que se te haya clavado la idea base, los personajes, algunas escenas que puedas tener en la cabeza. Cuesta centrarse. En esos comienzos, tratar de escribir es como perseguir a una nube de mariposas. La cabeza se va a otros asuntos.

Luego, según avanza la novela, según la historia va cuajando, comienza a adelantar sola. En ese sentido (no en otros) es la mejor parte. Trabajas en ella con la concentración justa.

Cuando ya enfilas el final, se invierte el proceso. Te arrastra como un sumidero. Te cuesta desentenderte de la novela para atender a otros asuntos e intereses. Es como si la historia hubiera ido ganando más y más peso. Ya no sólo te ancla a ella como cuando vas por las partes medias. Ahora forma un verdadero pozo de gravedad que te atrae con fuerza irresistible y tratar de ocuparse en otras cuestiones es como intentar nadar en melaza.

Por eso digo que no puedo hablar por los demás. Para mí es inconcebible que alguien pueda dejar de escribir una novela a pocas páginas del final. Entiendo que te atasques, eso pasa. Pero no puedes cejar. No es cuestión de voluntad. Es más bien que no tienes elección. Como sea tienes que acabar porque es la única forma de escapar de ese pozo de gravedad que ha acabado por crear la novela en tu existencia.